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Putin, el desinformador: Cómo un macho alfa se convirtió en cristiano devoto

Durante la liturgia en la Catedral de la Fortaleza de Pedro y Pablo en San Petersburgo, con motivo de la conmemoración ortodoxa de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, el Patriarca Kirill (Cirilo I) declaró: “Para nosotros, es importante el cambio que se ha producido en la vida del país, que se expresa con tanta claridad en la ortodoxia en la primera persona de nuestro Estado. Vladimir Vladimirovich (Putin) nunca se avergüenza de ir a la iglesia ni de participar en los Santos Misterios de Cristo. Esto es importante para toda la nación. Es un ejemplo de buen cristiano”.

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El patriarca Kirill, jefe de la Iglesia Ortodoxa Rusa (IOR), desempeña un papel clave en la legitimación religiosa del poder de Vladimir Putin. Sus acciones y declaraciones contribuyen a crear la imagen de Putin como un “buen cristiano” que no solo gobierna Rusia, sino que también defiende los valores espirituales de la ortodoxia. Kirill presenta el gobierno de Putin como algo establecido por Dios.

Fot. http://kremlin.ru/catalog/persons/445/events/53305/photos/46361/Фото пресс-службы Президента России

 

En este sentido, a menudo se refiere a la enseñanza bíblica sobre el “orden divino”, haciendo hincapié en que la obediencia a la autoridad es un deber cristiano. En 2012, durante la asunción de Putin, Kirill dijo:

“Ha ocurrido algo que algunos podrían considerar un milagro: una parte   significativa de la nación depositó su confianza en un solo hombre… A través de usted, a través de su autoridad, Dios está obrando en la historia de Rusia”. Así, llamar a un hecho secular un “milagro de Dios” constituyó una afirmación sin precedentes por parte de un líder político. En una entrevista ese mismo año, Kirill declaró: “Veo que el presidente de Rusia lleva a Dios en su corazón. Y lo digo no por simpatía política, sino como clérigo”.

En 2022, Kirill afirmó que el presidente ruso “nunca se ha alineado con las fuerzas del mal”, una clara referencia a la oposición entre el bien y el mal en las narrativas religiosas. Kirill también destaca la religiosidad personal de Putin, recordando que fue bautizado en secreto por su padre. Una cruz conmemorativa, que Putin lleva consigo, es un recuerdo de ello. A menudo se ve a Putin con Kirill en iglesias ortodoxas, junto a íconos. Todo esto contribuye a construir la imagen de un cristiano ortodoxo humilde.

Un hombre de muchas caras

Sin embargo, esta declaración de Kirill I – como tantas otras – es, ante todo, prueba de que Vladímir Putin es un hombre de muchas caras. A lo largo de más de dos décadas en el poder en Rusia, ha logrado transformar su imagen de un oficial de la KGB duro y silencioso a un macho alfa hipermasculino, y luego a un defensor “piadoso” del cristianismo, un “presidente ortodoxo”. Para una parte significativa de los rusos, ya es una deidad materializada. Un encuentro con él se acompaña de una atmósfera de éxtasis religioso. Esta metamorfosis no es casual. La religión en Rusia forma parte de la estrategia para mantener el poder. La espiritualidad se ha subordinado al escenario geopolítico. Y desde el principio de este proceso, los medios de comunicación han cumplido obedientemente la tarea asignada de moldear constantemente la imagen de Putin.

Reformador

Sin embargo, no siempre fue así. Al comienzo de su carrera presidencial (1999-2004), Vladímir Putin se presentó principalmente como un tecnócrata, un hombre de servicio y un pragmático: sereno, disciplinado y leal al Estado. Putin fue retratado como un antiguo oficial de la KGB que “conocía el funcionamiento del Estado”. No hablaba mucho, pero su actitud – parca en palabras, disciplinada y fría- pretendía transmitir profesionalismo y aplomo. Los rusos, cansados ​​del caos de la década de 1990 (el colapso de la URSS, la hiperinflación, la guerra de Chechenia, los oligarcas), necesitaban un líder que restableciera el orden y el control. Fue retratado como un patriota, no como un nacionalista. En la fase inicial de su mandato, Putin evitó las referencias ideológicas radicales.

Se le percibía más como un pragmático. Empleaba un lenguaje de modernización, tecnología y poder estatal. Hizo hincapié en la importancia de la estabilidad económica y la soberanía. Sus primeros discursos se centraron en la “reconstrucción de Rusia”, pero aún no abordaban una misión histórica o espiritual. En la práctica, rápidamente comenzó a limitar la influencia de los oligarcas (por ejemplo, Mijaíl Jodorkovski), pero lo hizo bajo las consignas de lucha contra la corrupción y fortalecimiento del Estado, no de revancha. Putin se presentaba como un hombre moderno, libre de vicios, atlético, germanoparlante y con una orientación occidental, pero también profundamente arraigado en los “intereses nacionales rusos”.

Macho alfa

Ya entonces aparecían sesiones fotográficas con el ejército, las fuerzas especiales, las primeras imágenes de judo, buceo o pilotaje, pero aún eran bastante escasas. El mensaje era clave: Putin era lo contrario del débil Yeltsin, más joven, más fuerte, “en control de la situación”. En comparación con el débil Yeltsin, se presentaba como la reencarnación de la fuerza rusa. Sin embargo, poco a poco algo empezó a cambiar. Las fotografías con osos, desnudo hasta la cintura, a caballo o con pesas eran tan frecuentes que recordaban al estereotipo de masculinidad de los cómics.

Putin practicaba tiro, caza, pilotaje, hockey… y ganaba. Así, forjó el mito de un líder indestructible. Ya no era solo un político, era una marca, un producto de exportación de Rusia. Las mujeres rusas deseaban perder su virginidad con él. Era el marido ideal, la figura paterna que tanto se echa de menos en la Rusia actual. El mundo empezó a admirar a este Putin. Algunos lo ridiculizaban, otros lo temían, viéndolo como un tipo duro e impredecible.

El presidente ortodoxo

La religión, la tradición y la “misión espiritual de Rusia” aparecieron más tarde, después de 2012, cuando Putin comenzó su tercer mandato. Entonces empezó a buscar nuevas fuentes de legitimación de su poder. Por supuesto, Putin ya había aparecido antes en iglesias ortodoxas, pero se trataba principalmente de celebraciones de Navidad y Pascua. Putin se había limitado a estar de pie con una vela en la mano. No cantaba. Se comportaba como un ruso promedio. También conviene recordar que toda fuerza física tiene su límite. Un líder que envejece no puede fingir eternamente ser un joven cazador.

Entonces apareció una nueva faceta: piadosa, concentrada, incluso contemplativa. En lugar de judo, oración. En lugar de un torso desnudo, largas estancias en la iglesia ortodoxa. Visitas a monasterios. Putin aprendió los ritos litúrgicos y poco a poco asumió el papel de defensor de los valores espirituales. Se transformó en el guardián de la “santa Rusia” contra la decadencia moral de Occidente.

El mecanismo de la metamorfosis

Esta metamorfosis fue astuta y bien pensada. Rusia es un país en el que la religiosidad, aunque reprimida durante años por el comunismo, ha resurgido con fuerza. Se reconstruyeron las iglesias ortodoxas, los íconos volvieron a los hogares y la ortodoxia se convirtió en el elemento aglutinador de la identidad nacional. Putin aprovechó este potencial. Su alianza con el patriarca Kirill (Cirilo I) resultó ser fundamental en este sentido. No se trató de un pacto de almas, sino más bien de un contrato político. La religión se convirtió en una herramienta para controlar a las masas, y la retórica cristiana, en un arma del arsenal propagandístico. Llegó incluso al extremo de que en el búnker de Putin se reconstruyó la iglesia ortodoxa vecina a la residencia de Putin en Rubliovka.

Todo ello, para simular la participación del presidente en los ritos ortodoxos junto a sus vecinos de la calle. Y en las visitas de Putin a los monasterios, le acompañaba una comitiva de monjes, más bajos que él.

La guerra

Esta transformación de Putin se manifestó plenamente cuando desató la guerra contra Ucrania. Fue Putin, como líder espiritual, quien desató la guerra en Ucrania. La inició como una “guerra santa por el alma de la nación”. Actualmente, Putin ya no habla el lenguaje de la política, sino el de un mesías. Habla de la lucha del bien contra el mal, de la tradición, del katechon, aquello que detiene el apocalipsis. Sus palabras recuerdan más a sermones que a discursos políticos. El problema es que detrás de esta espiritualidad se esconde el cinismo político.

La mística del poder pragmático

Sin embargo, todo esto es solo apariencia. Putin no se ha transformado de macho alfa en santo. Solo ha cambiado de disfraz. Al igual que un actor adapta su papel a la escena, él adapta su imagen a las necesidades del momento. Cuando la sociedad necesitaba fortaleza, él se mostró fuerte. Cuando empezó a buscar un sentido, se convirtió en profeta. Pero ni su fuerza ni su espiritualidad son un fin en sí mismas. Son un medio para alcanzar un fin: mantener el poder absoluto. En realidad, este “piadoso cristiano” no tiene nada que ver con el Evangelio. Porque, ¿cómo se puede ser creyente y al mismo tiempo sembrar la destrucción, incitar al odio y utilizar la religión para legitimar la violencia? La verdadera fe requiere humildad, arrepentimiento y respeto por el prójimo. Sin embargo, Putin ha reducido su religiosidad a un gesto teatral. No es un místico, sino un director de ficción espiritual. Putin ya no nos sorprenderá con ninguna transformación nueva.

Conclusión

Así, ante nuestros ojos, Putin demuestra su falta de respeto hacia Dios. Ha separado sus crímenes y mentiras de la vida religiosa ante las cámaras. Hoy, el mundo debería mirar esta última imagen de Putin con mucha cautela. Porque cuando un tirano reparte iconos entre sus soldados, comienza el tipo de guerra más peligrosa: la guerra en nombre de Dios. Y ninguna de ellas ha terminado bien. Porque, en realidad, se trata de una guerra contra Dios mismo, a quien no se puede engañar con nuevas máscaras. Ni siquiera con las más piadosas. Dios lo ve todo.

Marek Melnyk

 

 

 

 

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